En una reciente columna de opinión publicada en Clarín, Silvia Fesquet nos acerca a una realidad conmovedora que trasciende la frialdad de los expedientes judiciales. Bajo el título «Justicieros de carne y hueso», la nota relata el encuentro humano y desgarrador entre familiares de víctimas de la inseguridad y la violencia, uniendo historias marcadas por la pérdida pero también por la resiliencia.
El texto destaca la labor de Usina de Justicia, la asociación civil fundada por la filósofa Diana Cohen Agrest tras el asesinato de su propio hijo, Ezequiel, en 2011. Fesquet narra escenas crudas y emotivas: un padre que busca respuestas ante el posible femicidio de su hija, una madre que carga con la foto de su hijo repartidor asesinado y busca consuelo en quienes ya han transitado ese infierno.
Lo valioso de esta pieza periodística —y que resuena con fuerza para compartirlo— es cómo muestra la transformación del dolor individual en una lucha colectiva. Cohen Agrest y su equipo no solo ofrecen contención emocional («ese puñal que sentís en el pecho en algún momento se acomoda«, le dice a otra madre), sino que trabajan activamente para cambiar el paradigma penal argentino, buscando que el sistema deje de mirar solo al victimario y ponga en el centro a las víctimas.
Esta nota nos recuerda que detrás de cada «caso» hay familias destruidas que, lejos de buscar venganza, se convierten en «faros» para otros, exigiendo simplemente una justicia justa.
