Historia de Natalia Melmann

Hecho ocurrido en Miramar el 4 de febrero de 2001.

El asesinato de Natalia Melmann, una joven estudiante argentina de 14 años, ocurrió el 4 de febrero de 2001 en la ciudad de Miramar (provincia de Buenos Aires).

Gustavo Daniel “El Gallo” Fernández, un exconvicto de 30 años de edad con vínculos con la policía de Miramar, siguió a Natalia al salir del boliche Amadeus. A pocas cuadras el sujeto la interceptó obligándola a subir al baúl de un auto a la fuerza. En él fue llevada por efectivos policiales de Miramar, el sargento primero Óscar Alberto Echenique y los cabos Ricardo Alfredo Suárez y Ricardo Anselmini, a una cabaña sin agua ni luz en las afueras de la ciudad, en un sector llamado Copacabana. Allí sería víctima de torturas, violaciones y, finalmente su asesinato, perpetrado con un cordón de zapatilla con el cual fue asfixiada hasta darle muerte.


La Justicia le Cierra la Puerta a la Libertad de Dos de los Policías Condenados

A más de dos décadas de uno de los crímenes más brutales que conmocionaron al país, la lucha por justicia para Natalia Melmann sigue vigente. En una decisión reciente y esperada por la familia, la Justicia de Mar del Plata le negó el pedido de libertad condicional a dos de los expolicías condenados por su secuestro, violación y asesinato: Ricardo Panadero y Ricardo Suárez.

Esta resolución representa un respiro para los familiares de Natalia, quienes han luchado incansablemente para que los responsables cumplan la totalidad de sus condenas. La decisión se fundamentó en informes penitenciarios desfavorables que desaconsejaban rotundamente su liberación anticipada.


24 de octubre – Nota del Diario Clarin

Nota del Diario Clarín

Odiás, Gustavo?
Son las diez de la mañana en Miramar. Un tipo breve, chaparrito, cruza la puerta del hotel Neptuno y viene hacia mí. Trae un serrucho en la mano. Lleva desnuda la hoja. El tipo me saluda y se sienta con el cuerpo macizo y plantado, y un gorro hundido en la frente dándole visera a la mirada. Apoya el serrucho sobre la mesa y el gorro sobre el serrucho. Lo miro. Con 70 años, todavía le queda en la hierba crecida del pelo una memoria extenuada del pelirrojo que fue.
-¿Qué vas a serruchar con esto?
Caminamos por una calle que se llama como un número y doblamos por otra que también. Hace frío y está nublado sin atenuantes. Vamos hablando sobre las propiedades de la planta de laurel. El aroma de la hoja, la fuerza del tallo, el símbolo de honor y gloria que ha sido en las sienes de poetas y emperadores. Hablamos de su uso en plural, los laureles. Y de la importancia de no dormirse en ellos.
Hay más ciudad que personas, o eso parece. Casas y más casas entre edificios y más edificios organizan un damero muy construido y poco habitado. Entramos a una casita sobre la calle 14. Techo de tejas, paredes de piedra, puerta de madera. Es la fiscalía de General Alvarado, Ministerio Público del Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires. A Gustavo lo recibe el fiscal. Yo espero sentado afuera, el serrucho sobre las rodillas.
-¿Qué te dijeron, Gustavo?
Ahora caminamos en dirección al centro. Llegamos hasta la plaza que es el corazón de la ciudad. Sobre el pasto bien cortado hay un cartel. Nos acercamos. En el cartel está la foto de una piba sosteniendo unas flores blancas. Junto a la foto hay un texto que Gustavo podría recitar con los ojos cerrados, pero yo no sé qué dice, así que me acerco un poco y leo:
El 4 de febrero de 2001, en esta ciudad, Natalia Mariel Melmann, de 15 años, fue golpeada e introducida contra su voluntad en una camioneta policial. Cuatro días después apareció sin vida. La Justicia determinó que fue torturada, violada y asesinada por miembros de la policía bonaerense que cumplían funciones en la comisaría de Miramar. En el cuerpo de Natalia se encontraron restos de cinco perfiles genéticos distintos.
Cinco. Uno, dos, tres, cuatro. Cinco.
Estoy en Miramar porque, caídos los primeros cuatro en 24 años y medio, hace apenas días se tomaron las muestras genéticas del quinto sospechoso. En la fiscalía, Gustavo quería detalles del procedimiento, marcar de cerca esas extracciones. Y andamos por Miramar con un serrucho porque en un rato lo acompañaré al cementerio a podar el arbusto en copa que protege del frío y del viento la tumba de Natalia.

Gustavo Melmann va cada mes al cementerio de Miramar. El dolor aún le impide a Laura, la mamá de Natalia, visitar la tumba de su hija.

Aunque no lo veamos
No se puede caminar un cementerio mirando al cielo. Caminar un cementerio te obliga a mirar dónde pisás. Cada tumba es el punto final de una historia y todo punto final pide la misma condescendencia, el mismo litigio: respeto, que acá hubo una vida.
Avanzamos entre sepulcros, entre lápidas que informan años de llegada, de partida, informan nombres. Y lo hacemos en silencio, que es como suenan los camposantos. Nos detenemos frente a una tumba que no está. O, corrijo, está bajo dos arbustos despeinados. Uno de lavanda. Otro de laurel.
-Pero Gustavo, la tumba no se ve.
Una tumba, otra tumba, otra tumba, unos arbustos. Los restos de Natalia Melmann, asesinada por unos policías que después de violarla la asfixiaron con el cordón de su propia zapatilla, descansan en la única tumba del cementerio de Miramar que no parece una tumba. Está bajo la protección de un laurel y una lavanda. Hay que abrir a mano las ramas para sacar de ahí adentro los cacharros donde van las flores. Hay que abrir a mano las ramas para pasarle un trapo húmedo a la fotografía que la congeló a los 15. Hay que hundir los abrazos entre las hojas para alcanzar la tierra. El perfume de la lavanda es vehemente. La rudeza del laurel está a la vista.
Con el serrucho en la mano, pregunto:
-¿Corto acá?
Los dientes del serrucho entran en diagonal sobre el tallo, que es duro y resiste. Con la poda, la planta recupera la redondez de la forma. A un costado van quedando apiladas las ramas recién caídas.
-¿Corto también la lavanda?
El tallo de la lavanda ofrece menos resistencia. El laurel parece el custodio. La lavanda, su reserva de frescura. Dejo el serrucho y uso un cuchillito, menos brutal. Hay una canilla veinte metros más allá. Lavamos allí los cántaros.
El frío del agua en la mano es el frío de los hechos en el alma. Hijos de puta. Con los cordones de su propia zapatilla.
Tinajas compradas en locales al paso, cacharros con agua olvidada que de golpe son puestos a nuevo por un papá y un periodista que vinieron esta tarde a restaurar las cosas.
Vuelvo de enjuagar un pingüino negro que dice Old Smuggler y una tinaja de barro labrado. Les puse agua dentro, están listas para recibir las margaritas blancas que compramos antes de venir, las mismas margaritas que Natalia sostiene en el cartel de la plaza central. Pero llego a la tumba y me detengo. Con los brazos en alto, Gustavo busca un sol que no se deja ver. Cuando lo percibe, lo encuadra con las manos, como un director que ajusta el plano antes de filmar.
Cuando termina, me mira y me pregunta si quiero hacerlo yo.
-¿De qué se trata?
Aunque no lo veamos el sol está ahí, sólo hay que buscarlo entre la membrana terca de las nubes. Ubicar su resplandor, el destello capaz de perforarlas. Atesorar esa luz. Llevarse las manos al pecho. Sostener. Sostener. Y extender los brazos hacia Natalia para que el sol que acabo de atrapar la ilumine. Lo hago solo. Lo hago con Gustavo. Lo hacemos los dos.
Le pregunto quién más visita esta tumba. Me dice que casi nadie más. Que los hermanos de Natalia (Lucía, Nahuel y Nicolás) han dado la batalla desde sus lugares. Y que Laura, la mamá, separada de Gustavo hace ya tiempo, cuando viene al cementerio después no puede irse. Se queda cantando canciones y recitando poemas frente a la tumba. Y cuando el cementerio cierra, es Laura la que no puede cerrar. Que por eso no viene, me dice Gustavo. Porque después ya no puede irse.
-¿Odiás, Gustavo?
Cargo y recargo la pregunta como se recarga un arma. Disparo y disparo la pregunta como agotando el tambor. Un antepasado le agregó esa segunda ENE al final del apellido Melmann para pasar por alemán y evitar los campos de concentración durante la Segunda Guerra. Son una familia, se ve, que viene gambeteando cruces y destinos. Cada vez que ha podido, al menos. Cada vez que han podido.
Vamos yendo. Camino hacia el auto con un cementerio a mis espaldas. Camina Gustavo Melmann con una hija enterrada a sus espaldas. Volveré o no. Volverá él. No hay dudas de que volverá.
-¿Vamos a tu casa?
La familia Melmann se mudó a Miramar en 1993, cuando Natalia tenía 6 años. Desde el día en que fue asesinada su papá recorre los juzgados en busca de castigo a los culpables.

En septiembre de 2002, Oscar Echenique, Ricardo Suárez y Ricardo Anselimini fueron encontrados culpables y recibieron la pena de cadena perpetua. Los tres están presos desde hace 23 años. Este año les negaron sus libertades condicionales. El ex sargento Ricardo Panadero eludió la condena durante dos décadas, hasta que en 2023 debió escuchar también su sentencia: perpetua. Hubo un entregador de Natalia, Gustavo El Gallo Fernández, que recibió una pena de 25 años, luego reducida a 10. Hace tiempo que está en libertad. Y hubo un quinto asesino aquella madrugada, porque se encontró un quinto rastro genético en el cuerpo herido de la víctima. De siete sospechosos ya fueron extraídas sus muestras de ADN. Faltan dos más. Son nueve en total.
En este último cuarto de siglo, Gustavo Melmann, a la vez que buscó justicia para su hija, colaboró también con la construcción de un nuevo cuerpo legislativo. No había, antes de su trabajo, Ley de Víctimas, que incorpora a las víctimas sobrevivientes y a los familiares como querellantes; es decir, los vuelve agentes activos del proceso judicial, cuando antes sólo podían hacerlo a través de la representación del juzgado y la fiscalía.
En estos 25 años trabajó también en la sanción, promulgación y publicación de la ley 26.485, Ley de Violencia de Género; la ley 27.499, o Ley Micaela, que vuelve obligatoria la capacitación en género para la totalidad de quienes integren los tres poderes del Estado. Junto a organizaciones como Madres en Lucha, las Madres del Dolor y otras ONGs dedicadas a combatir los femicidios y la violencia institucional, Gustavo fue creando texto normativo vigente. En buena parte de esa actividad se le ha ido la vida.
Lleva un cuarto de siglo, Gustavo Melmann, fatigando juzgados y fiscalías. De los cinco asesinos de su hija, hasta acá, llevó a la cárcel a cuatro. Le falta uno. Uno, le falta, que estará entre los nueve sospechosos. No se va a ir de este mundo sin encontrarlo.
-¿Qué tenés en el ojo, Gustavo?
A Gustavo Melmann le salió un tumor en el lagrimal derecho. El tumor es maligno. Le salió un cáncer, a este hombre, ahí por donde lloran las personas. Yo no sé quién ha estado escribiendo el guión de esta vida, realmente.
Llegamos. A esta casa vinieron los Melmann en el comienzo de los noventa. La película Un lugar en el mundo, de Adolfo Aristaráin, los convenció de que un lugar en el mundo era lo que estaban buscando, y entonces vendieron el departamentito de Corrientes y Suipacha para comprar acá. Vinieron a estar tranquilos, a ser parte de una comunidad, a vivir cerca del mar y a crecer dentro de un cliché que dice: en el interior podés dejar las casas con las puertas abiertas. Miramar tiene un sobrenombre: la ciudad de los niños. Natalia tenía seis años cuando llegó a este lugar. Era 1993.
Habrá tenido su esplendor esta cabaña. El hogar a leña de la sala principal habrá tenido su chispa y entregado su calor. Habrá sido, esta casa, otra que no se parece a la que ahora estamos recorriendo. En las paredes de la biblioteca hay fotos de Natalia. Sobre la mesa hay fotos de Natalia. Las fotos la cubren, a la mesa. Nadie come acá. El resto de las cosas están llenas de tiempo encima. Canastos, estantes, el changuito para hacer las compras. Todo acumula cosas. Acá hay años de guardar cosas sobre o dentro de otras cosas que ya nadie usa. El sol que el día no entrega espesa, por si hiciera falta espesarla todavía, la sombra que domina los ambientes.
-¿Vive alguien aquí?
Laura Calampuca, madre de Natalia, está en su cuarto, pero no va a salir. Estará allí como una presencia sugerida, como lo que está sin estar, como la que alcanza con ser nombrada. Estudiante de telar, vive tejiendo, envuelta dentro de sí misma. Punto derecho, punto revés. Punto Jersey, punto arroz. Teje, Laura. Teje y se guarda.
-¿Cuál era el cuarto de Natalia?
«Puedo tener buenos ratos con mis hijos, pero no volví a tener un proyecto de felicidad plena», dice el papá de Natalia.»Puedo tener buenos ratos con mis hijos, pero no volví a tener un proyecto de felicidad plena», dice el papá de Natalia.
Subimos por una escalera que cruje. Entramos a una habitación pequeña con una cama cucheta. Natalia dormía en la de arriba. Ni la de arriba ni la de abajo tienen colchón. Las varas de pino permanecen intactas. Sobre lo que fue la cama de Natalia, hay ahora una cantidad esparcida de ovillos de lana. Más grandes, más pequeños, de distintos colores. Ovillos y agujas. Paso la mano por el listón largo de la cama. Desde la ventana puede verse un nogal. Ya daba nueces, ese nogal, cuando Natalia dormía en esta habitación. De pie, junto a las camitas, le pregunto a Gustavo quién ha sido antes de ser un papá que busca justicia. Y de pie, juntos a las camitas, Gustavo rememora.
Hijo de un técnico en hidrocarburos, Gustavo también fue un alumno del industrial que toda la vida se dio maña con las manos. Creció en Núñez, calle Iberá. Y militó en las izquierdas estudiantiles de su época, donde conoció a Laura, la madre de sus cuatro hijos: Nicolás, Nahuel, Natalia y Lucía. Supo qué resto de la vida le quedaba por vivir el día que enterró a Natalia y sembró una lavanda y un laurel para que crecieran junto a su memoria y la cuidaran de la intemperie. Seguimos de pie junto a las camitas.
-¿Pudiste tener una vida al margen de la búsqueda de justicia? Quiero decir, ¿existe un borde de tu vida donde la tristeza no te alcance?
-Puedo tener buenos ratos con mis hijos, pero no volví a tener un proyecto de felicidad plena. Para mí, cualquier proyecto de felicidad en plenitud quedó enterrado junto con Natalia.
-¿Odiás, Gustavo? ¿Los odiás?
Se toma unos segundos Gustavo Melmann para responder. Medita lo que le va a salir de la boca y después, serenamente, dice:
-No perdono.


29 de julio de 2025

Uno de los condenados por el crimen de Natalia Melmann, el ex sargento de la policía bonaerense Oscar Echenique, pidió la libertad condicional.
El 12 de agosto de 2025 se realizará la audiencia para debatir su planteo. El padre de la víctima, Gustavo Melmann, expresó: «Cada tres o cuatro meses están pidiendo distintas libertades, por ejemplo, la libertad asistida y la integración familiar”.
«Sentimos indignación, no quiero reiterar todas las barbaridades que le hicieron a Natalia”, manifestó Gustavo en diálogo con la Agencia Noticias Argentinas.


17 de Noviembre – Uj presentó un Amicus Curiae