A Bastián lo mataron los delincuentes. Por Carlos Pagliere (h).

Una vez más lloramos la muerte de un niño a manos de la delincuencia. En esta ocasión fue Bastián Escalante, de apenas 10 años, que recibió un disparo al quedar en medio de un enfrentamiento entre motochorros y un policía de civil en la localidad bonaerense de Wilde. El policía, que circulaba en su moto, fue interceptado por cuatro criminales también motorizados. Uno de los asaltantes lo apuntó con un arma de fuego y le exigió que entregara el vehículo. Pero éste se identificó como miembro de la fuerza de seguridad provincial y dio la voz de alto. Así comenzó un tiroteo entre el policía y los agresores, que se extendió durante casi dos cuadras y terminó sesgando la vida del niño.

El fiscal, por supuesto, tendrá que averiguar qué arma causó la muerte a Bastián. Pero, aunque el proyectil haya salido del arma del policía, la Justicia no debe caer en la fácil tentación de castigarlo sin más. Para juzgar correctamente el caso, lo más relevante es determinar si su accionar defensivo fue o no fue legítimo. Todo indica que sí. Los testigos del lugar y las imágenes de video dan cuenta de que los ladrones usaron un arma de fuego para intimidar al policía, y luego efectuaron disparos en su fuga. Incluso, las estimaciones hablan de que se produjeron no menos de once detonaciones. De acuerdo con el marco probatorio existente, el policía no cometió delito alguno; tan sólo se defendió legítimamente. Por tanto, el homicidio de Bastián no debe ser reprochado a él, sino a los motochorros.

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